miércoles, 23 de diciembre de 2015

Tres castillos asturianos.

castillos asturianos, Alfonso III el Magno
Alfonso III, el constructor de castillos.
A día de hoy podría parecer que en Asturias eso de los castillos no se estilaba demasiado. La verdad es que comparadas con las formidables fortalezas que se encuentran por toda la piel de toro, especialmente en tierras de frontera entre los diversos reinos, las escasas torres y restos de murallas que se pueden contemplar en el solar astur son bastante deslucidas y pueden llevar a pensar que en las Asturias de Oviedo el arte de la fortificación brillaba por su ausencia, que ya de por si protegen bastante e impiden el paso las formidables barreras naturales que forman las montañas de los Picos que llaman de Europa.

Pero en Asturias si que hubo castillos, más de trescientos registrados, incluyendo aquí torres de vigilancia y de señorío, que si bien no eran tan grandes como, por ejemplo, el de Ponferrada o el de Gormaz, si que fueron recios y poderosos y vivieron guerras y asedios y leyendas, como toda
fortaleza medieval que se precie.

De entre todos esos castillos y torres tres merecen ser destacados por su antigüedad e importancia; el castillo de Tudela, el de Gauzón y el de San Martín. Los tres tienen su origen en un castro mucho más antiguo que el castillo propiamente dicho, los tres protegían puntos vitales del reino de Asturias (Oviedo, la ría de Avilés y la ría del Nalón) y los tres fueron levantados en el reinado de Alfonso III el Magno.

El castillo de Tudela es el único de los tres que se encuentra al interior. Alfonso III lo mando construir sobre un emplazamiento castreño anterior con el fin de proteger Oviedo desde el sur, colocandose el castillo en lo alto de una colina que controla el vital camino que unía la ciudad con la meseta leonesa, así como el curso del río Nalón, y que a día de hoy conserva el nombre de Picu Castiellu.
El castillo tenía un triple torreón y un doble foso y parece que también una triple muralla rodeandolo. Todo ello sobre una planta de forma ovalada. Se le considera el más grande de los castillos asturianos.
A caballo de los siglos XIII y XIV el castillo pertenecía al obispado de Oviedo que lo tenía arrendado a una familia de caballeros-ladrones que se dedicaban a saquear a los mercaderes que transitaban por esa ruta. Una minucia en realidad, porque pocos años después entregaría el castillo al que era por entonces el enemigo número uno de las villas y ciudades asturianas, Gonzalo Peláez de Coalla. En realidad todo esto no se debía a que el obispo se hubiese vuelto un ser malvado y despreciable, sino que, como se ha visto aquí, el prelado estaba inmerso en una contienda de larga duración contra la propia ciudad de Oviedo, que se las daba y se las traía para mantener la independencia con respecto al obispo de marras.
En esos años estuvo el castillo a punto de ser destruido por Rodrigo Álvarez de las Asturias, que había acudido a la región a poner un poco de orden. Pero antes de perder el preciado castillo el obispo prefirió rendirse y la fortaleza se mantuvo unos cuantos años más. 
Pero Tudela era un castillo muy recio y muy estratégico y no tardo en caer en manos de otro perturbador de la paz; Alfonso Enriquez se hizo con él durante las revueltas contra su hermanastro Juan I, que no tuvo tantas contemplaciones como don Rodrigo y  mandó destruirlo en 1383 en una de esas guerras que mantuvo con su hermano bastardo, los castillos se estaban convirtiendo en refugios de ladrones y eso no podía ser. Un rey construyó el castillo y otro lo hizo destruir.  
Sobre las leyendas del castillo ya se ha hablado de ellas aquí, así que no me repito al respecto.

El Castillo de Gauzón fue durante siglos uno de los más misteriosos de todo el panorama asturiano. Se sabía de su existencia y de su importancia. Y se daba por hecho que el concejo de Gozón recibía su nombre de él. Incluso se sabía que la Cruz de la Victoria había sido tallada (o al menos recubierta de oro y pedrería) entre sus muros, y se sabía porque la propia cruz lo dice en un grabado. Se sabía también que había pertenecido a la Orden de Santiago, más que nada para evitar que algún magnate del lugar, de esos a los que les gustaba tanto sublevarse se apoderara de él y aprovechara para rebelarse un poco.
Lo que no se sabía es donde estaba. No había ni rastro.
El misterio se resolvió a principios de este nuestro siglo XXI, cuando se descubrieron los restos arqueológicos del castillo en lo alto del Peñón de Raíces, mole pétrea que se alza a apenas una legua de Avilés, y está equidistante de la ría y del mar Cantábrico. Un pequeño riachuelo, también llamado Raíces, le hacía las veces de foso. Y la fortaleza no era pequeña. Se venía utilizando desde antiguo, desde el s.VII como poco, en pleno reino de los visigodos, y los reyes de Asturias la usaron sin interrupción, adaptando y mejorando sus defensas, hasta que en el reino de Alfonso III el Magno se realizó la más importante de las remodelaciones. El último rey de Asturias quiso reproducir en su interior la estructura de sus palacios y doto al castillo con una residencia real, que incluía una gran chimenea en el centro de la sala, unos baños con estanque de ladrillos, una iglesia consagrada al Salvador, una entrada reforzada en forma de U y una torre al lado de ésta para protegerla. El castillo se organizaba en terrazas, siendo la la más alta para uso regio, con las estructuras que acabo de describir, y la más baja para los servidores y trabajadores del castillo. Una fortaleza impresionante como corresponde a un rey tan importante como el último de los Alfonsos de Asturias.
Con el abandono de la corte de Oviedo y su traslado a León, el castillo paso a ser refugio de los condes que representaban la autoridad real. La amenaza de vikingos y piratas musulmanes seguía vigente y la fortaleza estaba en su esplendor, pero no siempre sirvió a su cometido de defender el reino. Durante la revuelta del conde Gonzalo Suarez, en 1132, el castillo estaba en manos del rebelde, pero las tropas reales lograron hacerse con él rápidamente. A partir de entonces el castillo paso a estar a manos de tenentes del rey. El último de éstos gobernó en el castillo casi ininterrumpidamente desde el 1200 al 1222. Se trata de García González de Candamo, quién en 1222 se convirtió en Maestre de la Orden de Santiago. A partir de entonces el castillo pasaría a manos de los santiaguistas que gobiernan el castillo a base de encomiendas a caballeros de la zona. El último de las encomenderos del castillo de Gauzón será un hijo bastardo del rey Alfonso XI: Enrique de Trastámara.
Heráldica de la familia Alas
El Escudo de Armas de los Alas, Martín Pelaez
en el castillo de Gauzón.
Y poco más se sabe del castillo. Es evidente que fue destruido en algún momento del s.XIV, en el que paso a usarse como recinto para guardar el ganado, y teniendo en cuenta la turbulenta historia de don Enrique de Trastámara, bien pudiera ser que fuese destruido durante una de sus revueltas contra Pedro I. No hay que olvidar que el bastardo de Alfonso XI trató de conquistar la cercana villa de Avilés y solo fracaso gracias a la llegada del ejercito real. ¿Fue el castillo destruido en esos días? Imposible saberlo. La historia se acaba de Gauzón parece acabarse aquí.
Pero el castillo había entrado en la leyenda del reino de Asturias. Se habla del rey Paene, que dicen que levantó una mezquita en lo alto del peñón, de unas terribles mazmorras bajo el castillo, de un tesoro enterrado, de seis figuras de oro... 
Su prestigio es tal que los Alas, familia de lustre avilesino, gustaba de remontar sus orígenes a los propietarios del castillo. Contaban que el primero de su linaje, un tal Martín Pelaez, recibió el apellido Alas porque mientras defendía el castillo del asedio de los moros, un ángel descendió del cielo para ayudarle y gracias a él y a su valentía fueron los infieles rechazados y el tal Martín recompensado por don Pelayo con el derecho a lucir unas alas en su escudo. 


Castillo de San Martín. De origen también castreño, enclavado en el territorio de los astures pesícos, alojó posteriormente una torre de vigilancia romana, con lo que pudiera estar relacionado en origen con las numerosas minas de oro que horadaban el occidente asturiano en aquellos días. De nuevo fue el último de los reyes asturianos quién reaprovechó una antigua fortificación para levantar otra más moderna. De nuevo la amenaza de  los normandos marcaba su decisión de fortificar la costa. 
Y es que el castillo de San Martín protege la entrada a la ría del más importante de los ríos asturianos, el Nalón, que no es navegable, ni mucho menos, en su totalidad, pero que si permite remontar su cauce por lo menos hasta Pravia, la capital del rey Silo. La fortaleza está enclavada en una peninsulita rodeada en tres de sus lados por el mar, permaneciendo unida a tierra solo por su cara Sur. La situación del castillo era tan estratégica que permanecía en manos del rey de León, quién otorgaba la tenencia habitualmente a caballeros del concejo de Pravia, otorgándoles para sustento las tierras de realengo de Ranón, que dependían del castillo.
Gonzalo Pelaez se hizo con ella durante su revuelta contra Alfonso VII, pero no tardó el rey en recuperarla y de nuevo en sus manos la entregó a su lugarteniente Suero Vistraito. Alfonso Enriquez, otro rebelde de lustre, también se adueño de la fortaleza y se la entregó en tenencia a su hijo natural (o sea bastardo) llamado Fernando. Las tropas reales sitiaron el castillo y solo lograron cercarlo por hambre, pero los defensores se acogieron a la clemencia del rey y ésta les fue concedida. En el s. XV, con Asturias bajo el yugo de los Quiñones, será en este castillo en el que los tres capitanes enviados por el Príncipe de Asturias, a la sazón el futuro Enrique IV, se reúnan y resguarden para comunicar a su señor que solo con un firme apoyo por su parte se podría arrebatar la tierra asturiana de manos de los opresores. Los leoneses por su parte intentaron apoderarse de la fortaleza y la sometieron a un poderoso asedio, pero los alcaldes de la fortaleza, don Gonzalo Cuervo de Arango y don Juan Sánchez de Calienes, naturales de Pravia, supieron resistir los envites y el castillo permaneció en manos de los realistas.
Al contrario que las otras dos fortalezas tratadas en el artículo, el castillo de San Martín sobrevivió a la edad media, reformándose a finales del s. XV (el corregidor de los Reyes Católicos aportó 120000 maravedíes para reformar este castillo y el de Oviedo). Contaba con torre del homenaje de cuatro plantas, otra torre más pequeña, casa que habitaba el alcaide, foso, barbacana con tres puertas, la más grande conocida como la del Rastrillo y la iglesia o capilla de San Martín, que parece haber sido construida por Alfonso III a la vez que el propio castillo. La cerca del castillo llegaba hasta la misma orilla del Nalón y puede que tuviera una poterna que diera a la misma ría, pues los barcos que entraban en ella encontraban refugio junto a la fortaleza. El castillo protegía a su vez, y muy seguramente cobraba peaje, la barcaza que cruzaba el río, pues de aquella los puentes brillaban por su ausencia. Al igual que el castillo de Gauzón dió nombre al territorio cercano (el concejo de Gozón), el castillo y su barcaza para cruzar el río hicieron lo propio con Soto del Barco, el concejo en el que se enclava.
Al menos hasta el s.XVIII mantuvo en su interior una guarnición militar.

Ideas de aventuras:

  • Los Pjs se encuentran de guardia en la torre del castillo de San Martín una oscura noche de verano, cuando ven aparecer sobre las aguas una pavorosa imagen. Un extraño barco con mascarón en forma de dragón, de vela cuadrada e impulsado por numerosos remos se adentra en la ría emitiendo un fantasmagórico fulgor. 
  • Un vecino de los valles del Nalón les ha vendido el mapa de una "ayalgua" a los Pjs. Parece que se encuentra enterrada en las ruinas del castillo de Tudela, a tres pasos mirando hacía el sol a eso de las tres de la tarde. Lo que pasa es que ese misterioso tesoro es el relicario del monasterio de Valdedios y está siendo buscado sin tregua por los encomenderos del mismo. Y mira tú que los Pjs van a estar en el lugar equivocado, en el momento inoportuno.
  • Un caballero ladrón más cruel y avaricioso de lo habitual se ha refugiado en el castillo de Gauzon. Las localidades cercanas han pedido ayuda a la villa de Avilés que, apurada en otros menesteres, solo puede prestar ayuda en forma de un pequeño grupo de audaces aventureros. 
Bibliografía:
  • Antigüedades y cosas memorables del Principado de Asturias. Padre Carvallo. 
  • http://leyendesasturianes.blogspot.com.es/
  • "El castillo de Gauzon. Un viaje por la edad media" Díptico del Ayuntamiento de Castrillón. 
  • "El castillo de Gauzón (Castrillón, Asturias). Campañas de 2007-2009. El proceso de feudalización entre la Antigüedad Tardía y la Edad Media a través de una fortaleza." Iván Muñiz López y Alejandro García Álvarez-Busto

viernes, 17 de julio de 2015

La gran casa de Valdés.

La casa de Valdés hunde sus raíces en lo más profundo de la Edad Media Asturiana. Con origen en el concejo del que toman su apellido, los Valdés fueron extendiendo su influencia poco a poco a lo largo de casi todo el territorio asturiano gracias a una inteligente política matrimonial. Un ascenso al poder que no dejó de levantar envidias y suscitar rivalidades con otros ricosombres, que no dudaron en enfrentarse con nuestros protagonistas. 

El origen de este linaje parece encontrarse en Gonzalo Melendez, rico-ombre de Alfonso VII, señor de la villa y puerto de Luarca, que defendió la voz del rey durante las revueltas del conde don Gonzalo Pelaez. Su lealtad sirvió para que el emperador leones le entregara lo que sería a partir de entonces su patrimonio, así como varías tierras de los rebeldes derrotados en el lugar de Busto. Este territorio donado se correspondería con el valle del río Esse, el Val del Esse; Valdés.

La Gran Casa de Valdés
La Gran Casa de Valdés
En algún momento indeterminado del siglo XII el tronco familiar de los Valdés se divide en dos y aparece una segunda rama en el concejo de Llanera, justo al norte de la ciudad de Oviedo, al otro lado del monte Naranco. Será está rama de la familia, la situada en Llanera, la que logre alcanzar mayor predicamento dentro de los reinos de Leon y Castilla, llegando a ser nombrado uno de ellos, Pedro Menéndez de Valdés, "caballero muy honrado del Reino de León" protagonista de una de las historias que se relatan en "El Conde Lucanor" de don Juan Manuel. Estos Valdés de Llanera, tendrían su solar y residencia principal en las conocidas como "Torres de San Cucao", fortaleza de la que apenas nos ha llegado una torre muy modificada, y que se encontraba a poco más de dos leguas desde la catedral de San Salvador, justo al otro lado del río Nora

Durante los siguientes años del siglo XII los Valdés extendieron su influencia por el territorio circundante, restauraron el monasterio de Cornellana, se hicieron con el señorío de la villa de Salas y con las encomiendas, por parte de la catedral de San Salvador, de los concejos de Gozón y Llanera. Se levantan en estos años del siglo XII las torres de San Cucao y una capilla funeraria para la familia en el renombrado monasterio de San Vicente de Oviedo.

 Sin embargo no es hasta nos encontramos con don Rodrigo Menéndez Valdés, señor Busto, Ranón, Quintana, con vasallos en la tierra y villa de Salas y señor de las torres de San Cucao, que el apellido Valdés se convierte en el nombre familiar (como se ha visto más arriba, el primero se apellidaba Melendez). Acabó sus días el primer Valdés propiamente dicho en 1210, reinando Alfonso IX, el último rey de León. Y sus hijos no perdieron el tiempo, estuvieron en las Navas de Tolosa, en la reconquista de Jerez, en la de Sevilla, en el sitio de Gibraltar (donde muere peleando Garci Gonzalez Valdés) y, como no, en la guerra civil castellana de 1366-1369. Pero antes de seguir nos detendremos en aquél que luchó en las Navas de Tolosa, Pedro Menéndez de Valdés.

Merece la pena el receso en don Pedro, porque, como he dicho antes, es el protagonista de una de las historias de "El Conde Lucanor", la historia nos habla que don Pedro era un hombre muy templado que, pasase lo que pasase, siempre se lo tomaba a bien, pues las cosas ocurrían por voluntad de Dios y por lo tanto ocurren por un buen motivo. Vino a suceder que el rey don Alfonso IX llamó a la corte a don Pedro, pero éste tuvo una aparatosa caída de caballo y se quebró la pierna, no pudiendo acudir al llamamiento. Todos los que a su alrededor estaban le preguntaban como iba a poder ser bueno esto, pues muy posiblemente el rey se encolerizara por su ausencia. Lo que no sabían estos sabihondos, era que el llamamiento no era sino una trampa, pues los enemigos en la corte de don Pedro habían enemistado al rey con él, y el rey había dispuesto que don Pedro sería emboscado y muerto durante su camino a la corte (vaya con el rey). Al no poder acudir debido a su herida, dio tiempo para que los enemigos de don Pedro se desenmascarasen, fueran castigados y el de Valdés volviera a la estima del rey. Demostrándose así que don Pedro tenía de nuevo razón, y que Dios dispone lo que es mejor para los suyos.

Y podemos ahora seguir nuestra historia, que la habíamos dejado en la guerra civil castellana, momento en el que aparece uno de los Valdés más fascinantes de todos los que se pasearon por la Asturias Medieval; Diego Meléndez de Valdés, más conocido como "El Valiente".

Este Diego fue uno de los capitanes más fieles a la causa de don Pedro I, llamado "el Cruel" y cuando su señor cayó muerto por mano de su hermano Enrique en el castillo de Montiel, don Diego, viendo peligrar su vida huyó de Castilla de manera tan inmediata que ni siquiera tuvo tiempo de despedirse de su esposa. Y es que don Diego había negado refugio a don Enrique en su castillo de San Cucao durante las primeras revueltas de éste. Y el nuevo rey no tardo ni un parpadeo en sentarse en el trono y enviar a Asturias a uno de los suyos, Pedro Ruiz Sarmiento, Adelantado Mayor de Galicia, a confiscar los bienes de los vencidos y a derribar las famosas torres de Llanera. Diego pudo escapar disfrazándose de monje benedictino gracias a la ayudad del abad de San Vicente de Oviedo.

Con ganas de poner tierra de por medio, pero no de ser acusado de cobarde, Diego Melendez peregrinó en su huida hasta la ciudad de Jerusalén, en donde visitó los Santos Lugares y el sepulcro de Santa Catalina, y quiso Dios que su mujer, que era del linaje de los Álvarez de Nava, se reencontrara allí con él, pues al poco de enterarse de su huida la dama había salido en pos de su marido. Pasaron después al reino de Chipre, donde combatieron contra los genoveses y fue nombrado conde por el rey Jacobo de Lusignan.

La Gran Casa de Valdés
Diego Meléndez Valdés "el Valiente" descabalga a
un caballero francés. Por Juan Pablo Moratiel.
Volvió don Diego a tierras de Castilla y entro al servicio de uno de los primos del rey, Pedro, conde de Trastamara, don Diego llevaría "mudado el habito y cambiado el nombre" haciéndose pasar por otra persona en espera de la oportunidad para redimirse y recuperar lo que era suyo. Y la oportunidad llego en una jornada en Valladolid, donde se celebraba un gran torneo y los caballeros españoles estaban siendo incapaces de derrotar a los franceses, aliados del rey. Mando don Enrique llamar a sus caballeros de los reinos de León y Galicia y, para su alivio y orgullo, uno de los del séquito de su primo fue capaz de batir, uno a uno, a todos los jactanciosos caballeros de la dulce Francia. El rey, más que dispuesto a celebrar la hazaña, prometió al caballero otorgarle lo que le pidiera, pero humildemente aquel hombre solo pidió: "que se otorgase la vida a un hombre que por ser fiel a su señor estaba condenado a muerte" Concedió el rey el perdón pensando que se refería el caballero a uno de sus escuderos, y se llevó sorpresa mayúscula cuando don Diego reveló su verdadera identidad. El rey mantuvo su palabra, le perdonó la vida, le restituyó sus bienes, le dio permiso para reconstruir las torres y lo nombró Guarda Mayor de su hijo don Juan. No esta mal para un caballero del bando perdedor.

Gracias a ese perdón real don Diego reconstruyó las torres de San Cucao y levantó una ermita en Gijón bajo la advocación de Santa Catalina. Pero más importante aún fue que los Valdés, divididos en distintas ramas familiares, reafirmaron su poder en diversas partes de Asturias. Así los Valdés de San Cucao se hicieron con la Merindad de Oviedo, aunque la vendieron posteriormente a los Quiñones, los Valdés de Aviles defendieron la villa contra estos últimos, y dos capitanes de la Casa defendieron las armas del rey en la frontera con Granada, en donde destacó García Gonzalez de Valdés, que defendió Baeza con la sola ayuda de los habitantes de la villa, de un ejercito granadino de más de siete mil jinetes y diez mil infantes, ocurrió esto en 1407. Veinticinco años después, otro Valdés, llamado Pedro Meléndez, triunfó en una justa organizada por el rey Juan II, siendo reconocido como uno de los mejores justadores del reino, Pedro Meléndez era por aquel entonces capitán en la frontera con los moros.

De vuelta en Asturias los años del reinado de Juan II fueron épocas de disturbios y banderias. La leonesa familia de los Quiñones, que habían combatido con éxito al conde don Alfonso, se habían ido apoderando poco a poco de toda la región, en algunos casos por medio de pactos y en muchos otros por violencias e intimidaciones. Los pocos que se enfrentaban a ellos sufrían el riesgo de ser exterminados y sus tierras perdidas y repartidas y la situación fue tan grave que apenas la villa de Avilés, defendida por Pedro Valdés, y el castillo de San Martín, en la desembocadura del Nalón, se resistían a su dominio, los asturianos pidieron ayuda al rey, pero el monarca estaba tan sobrepasado por la inestabilidad general del reino que solo pudo delegar en su hijo, el Príncipe de Asturias, futuro rey Enrique IV. El príncipe, con pocos medios él mismo, envió a tres capitanes para recuperar su autoridad en la región. Como no, uno de ellos era un Valdés, Fernando de Valdés, que se encargó de restaurar la autoridad del príncipe en las Asturias de Tineo

La lucha por liberar a Asturias de los Quiñones fue dura y sangrienta, con muchas muertes y disturbios y solo se consiguió cuando se arrancó del príncipe un solido compromiso de no volver a entregar a otros lo que era suyo por derecho (los asturianos querían evitar con esto que, después de luchar y morir al enfrentarse a los Quiñones, el príncipe les entregara de nuevo el poder en la región para atraérselos a su bando, y es que las conjuras de la corte convertían en aliados a los que hasta ayer habían sido enemigos acérrimos, por un precio, claro). Sin embargo este no fue el fin de los Quiñones, pues las guerras civiles que estaban por venir les devolverían su lugar en la región. Pero eso ya se contará en otra parte.

 Momentáneamente el principado había quedado libre de los leoneses y, en teoría, en manos del príncipe, su propietario. Pero eso no trajo con sigo la paz, y en esto tendrían su responsabilidad los Valdés junto con otra de las grandes casas asturianas;  los Quirós.

La Gran Casa de Valdés
Diego Meléndez de Valdés se esconde
bajo el puente de Colloto.
Por obra de Nestor Gonzalez.
 Unos y otros llegaron a las manos para demostrar "quién valería más en la tierra" y se sucedieron las escaramuzas y las muertes entre uno y otro bando, siendo una de las más sonadas la derrota de los Valdés en el puente de Colloto, cerca de Oviedo, en donde solo se salvó Diego Meléndez de Valdés, hijo bastardo de Melen Suarez de Valdés, que se escondió debajo del susodicho puente. Pese a este contratiempo los Valdés fueron capaces de reorganizarse y derrotar por su parte a los Quirós, que pidieron ayuda a sus deudos y reunieron tantas tropas que los Valdés hubieron de escapar de sus casas que fueron quemadas y saqueadas... y así sucesivamente. Todas estas violencias tuvieron lugar alrededor de los años cincuenta del s. XV.

Por fortuna para unos y otros, y para el mismo Principado, estas banderías no fueron capaces de acabar con ninguno de ellos y con la llegada de los Reyes Católicos por fin pudo la región disfrutar de su merecida estabilidad.

Y fue durante el reinado de Sus Católicas Majestades que nació el que será el último Valdés del que trataremos en este artículo: Fernando de Valdés Salas. Pertenecía a una rama de la familia enclavada en el concejo de Salas, lugar donde nació, que había ido ganando cierta preeminencia entre sus parientes a medida que declinaba el poder de los Valdés de San Cucao. Fernando nace en 1483 y con apenas treinta años ya forma parte del Consejo Supremo de la Inquisición, protegido por Cisneros, entabla amistad con Carlos I durante una visita a Flandes, y su ascenso es meteórico, sucesivamente se convierte en obispo de Elna, de Ourense, de Oviedo, de León y de Sigüenza, preside la Real Chancillería de Valladolid y en 1546 es nombrado arzobispo de Sevilla, Un año después sería nombrado Inquisidor General, tarea que desempeño con una eficiencia implacable. Martillo de herejes, enemigo acérrimo de Lutero, luchador incansable contra los focos de erasmismo y luteranismo que aparecieron en Castilla, redactor del Indice de libros prohibidos, envió a no pocos a la hoguera por ser cripto-judíos, moriscos y falsos conversos. Y salvó indirectamente a cientos de mujeres de morir en la hoguera por brujería.
Y es que el Inquisidor General no creía en las brujas. Era jurista y sentó las bases de la investigación judicial de la Inquisición, si no se puede probar de forma fehaciente, es que no existe y por lo tanto no debe ser juzgado. La brujería no era sino ignorancia y supercherías, y la mayoría de los testigos eran niños o gentes incultas que no parecían haber oído nada sobre brujas hasta el momento en el que se les preguntaba sobre ellas.

Y con él damos por terminado este asunto de la Casa de Valdés.

Post scriptum: hacía mucho que no me enfrentaba a una tarea tan inabarcable como esta de la casa de Valdés. No solo hunden sus raíces en lo más profundo de la Edad Medía, sino que parecen extenderse por todas partes como si de una hidra de cien cabezas se tratara. He encontrado rastro de los Valdés en el concejo homónimo, en Llanera, en Oviedo, en Avilés, en Salas, en Gijón y también en Sevilla y la frontera con Granada, y más adelante en las Américas. Vamos que están por todas partes.
 Y como son tantos cumplen con todos los diversos estereotipos de los caballeros de la época, hay valdeses ladrones y malfeitores, como los de Valdés (el concejo), los hay abnegados defensores de la corona (como los de Llanera) y los hay defensores de los villas y sus privilegios, como los de Avilés. Pero esto sería una simplificación porque en todos los concejos y en todas las ramas se llegar a dar todos los diversos estereotipos.

Ideas de aventuras: 

  • Los Pjs forman parte del séquito de Diego Meléndez de Valdés, conocido como "el Valiente", y son forzados a huir al exilio junto con su señor. No solo el prodigiosos periplo hasta Jerusalén es una fuente inagotable de aventuras, sino una vez allí la visita a los Santos Lugares, las luchas contra los Genoveses, el reencuentro con su esposa. Todo ello es puro material de aventuras.
  • Durante las guerras contra los Quiñones los Pjs reciben el delicado encargo de llevar al rey los documentos con las conclusiones de sus tres capitanes. Deben llegar a la meseta, pero los puertos están patrullados por los barcos de los Quiñones y la tierra tomada por sus fieles. ¿Lo conseguirán?
  • Un grupo de entusiastas inquisidores son enviados a una remota comarca asturiana para esclarecer ciertas acusaciones de brujería, se encuentran con terribles prácticas, pero son incapaces de llevar consigo una sola prueba de ello. ¿Serán capaces de presentar sus conclusiones al poderoso Inquisidor General Fernando de Valdés? ¿O decidirán actuar por su cuenta y afrontar más adelante las consecuencias?


Bibliografía: Las Bienandanzas y Fortunas. De López de Salazar. Antigüedades y cosas memorables del Principado de Asturias. Del Padre Carvallo. Armas y linajes de Asturias y Antigüedades del Principado. De Tirso de Avilés. Historia de la Brujería en España. De Joseph Perez. Historia de Asturias. VVAA. Ayalga Ediciones. El conde Lucanor. Don Juan Manuel. 

sábado, 20 de junio de 2015

El Día del Juego de Rol Gratuito.

Hace un mes tuve la suerte y la sorpresa que desde Nosolorol contactaran conmigo para colaborar con ellos en este día tan señalado. Me preguntaban si me gustaría colaborar con ellos en la elaboración de un libreto recopilatorio de aventuras de sus juegos en los que se festejara el Día y se conmemorara a la vez el 25 aniversario de Aquelarre. Más aún, me preguntaban si yo podría escribir la aventura exclusiva de Aquelarre, siendo las demás crossover entre todos sus juegos y el demoníaco medieval. No había mucho tiempo, tenía que ser relativamente corta y para jugadores avanzados. Y yo trabajando a todo trapo y con cursos por hacer, sabiendo que les doy muchas vueltas a las aventuras antes de ponerlas negro sobre blanco, me imaginaba todo agobiado a la hora de cumplir los plazos y los limites de palabras. Y encima gratis.

Acepte sin dudarlo.

La verdad es que el ofrecimiento sirvió para satisfacer mi vanidad lo bastante como para que todos los posibles problemas fueran considerados secundarios. Además estaba bastante fresco en mi cabeza los datos que había recogido para escribir los artículos sobre Valdés y tenía ganas de escribir una aventura con el concejo como fondo. Así que desoí los consejos de mis amigos que me recomendaban reutilizar alguna de las viejas aventuras que ya tenía escritas y me puse a trabajar desde cero con una.

Como tal vez recuerden los que se hayan leído el artículo sobre Luarca, la combinación de cuevas submarinas, calamares gigantes y cementerios frente al mar, aunque anacrónica con respecto a Aquelarre, me parecía lo suficientemente atrayente como para lanzarme a escribir sobre estos tres ingredientes. Una aventura de balleneros que se enfrentaban a un calamar gigante invocado desde una oscura cueva submarina me parecía de lo más adecuado para la ocasión. Pero no pudo ser.

Soy bastante detallista a la hora de escribir la aventuras y me gusta dar descripciones lo más completas para facilitar una cierta inmersión de los jugadores en la trama. En este caso eso implicaba informarme bien sobre la caza de ballenas medieval, sobre costumbres marineras, sobre sus peligros y sus ganancias, etc. Materias todas ellas de difícil documentación, más aún estando tan lejos del Cantábrico y de Luarca como estoy ahora.

No, los calamares gigantes tendrían que esperar. Pero Luarca tendría su aventura. Eso si, tenía que ser complicada, para veteranos, así que cosas sencillas como llegar a un sitio y pegarse con algo no servía. No, hacía falta trama, investigación, darle a la sesera. Así que cogí una leyenda de por aquí, una referencia literaria de por allá, un poco de Historia de acullá y ¡Zas! la aventura estaba hecha ¡y dentro del plazo! ¡y saltándome a la torera el limite de palabras! ¡Y a Nosolorol le parecía bien!

Todo parecía haber salido bien, pero me quedaba una duda. No había podido probarla. La aventura estaba bien sobre el papel, pero no tenía manera de saber si a la hora de jugarla sería buena, entretenida, para jugadores avanzados. A lo mejor todo eso estaba en mi cabeza pero no lo había sabido plasmar. Pero Fortuna volvió a acudir en mi auxilio.

Vacaciones y los chicos de Pegasus Oviedo hicieron el resto. Y salió genial. Una aventura intensa, entretenida, agotadora, enrevesada, con unos jugadores entregados y que bordaron su actuación. Gracias Jaime, Sara y Dani (y Alejandro que no pudo venir, pero se le agradece el intento). La aventura estaba hecha, probada y parecía haber salido bien. Solo quedaba esperar a la publicación.

Y en esa estamos. Hoy habrá sido distribuida por un porrón de librerías a lo largo y ancho de la piel de toro y estará disponible para descargar en la web de Nosolorol. Solo me queda esperar que la gente la juegue y la disfrute tanto como nosotros la pudimos disfrutar en una calurosa noche de primavera. Me queda reiterar mi agradecimiento a Nosolorol por haberme dado está oportunidad, a los chic@s de Pegasus y a la Villa de Luarca por estar ahí para inspirarme. 

Que lo paséis bien.

Un saludo desde Asturias, sin estar en Asturias.

lunes, 9 de marzo de 2015

Luarca y Valdés, más acá del río Negro. Parte II

Cuentan que Areste, hijo del rey Duarte de Inglaterra tuvo a bien venir a ayudar al rey Pelayo en su lucha contra los moros. Durante uno de los combates cayó Areste  a un río cercano y comenzó a gritar, "¡Valés, valés!" sin que se sepa muy bien porqué, pero era extranjero y se le permitían estas cosas. Los suyos lograron rescatarlo río abajo y desde entonces se le llamó Valés, que con los años derivó en Valdés, que fue el nombre que adquirieron las tierras que don Pelayo entregó a Areste en reconocimiento de su ayuda. Con lo que Areste se convirtió en origen del concejo y de la Casa de Valdés.

Claro, que no todos tienen por cierta esa historia. Hay quién dice que Valdés se llama así por el río que corre "serpiando" por entre las colinas en forma de "S", labrando lo que sería el valle del Esse, que apocopado se convirtió en Valdés.

Lo cierto es que Valdés es el nombre que reciben las tierras que atraviesan los ríos Esva y Negro, que pertenecían desde antiguo a las Asturias de Tineo, que era territorio de los Pesicos, que los romanos las organizaron para mejor explotar el oro de sus minas, y que está plagado de antiguos castros de los astures. 

Desde muy temprano despuntó la villa de Luarca como cabecera de estas tierras, lo que no deja de tener su sorna pues la tierra del valle del Esva se organiza desde una villa que está en el valle del río Negro. Pero no era la villa el único lugar de renombre de por aquí. También está Cadavedo, pequeño puerto ballenero, Villademoros, solar nobiliario, Trevías, ésta si a orillas del Esva y como no Silvamayor, braña vaqueira.

De Cadavedo poco más hay que decir, que fue un puerto ballenero, de los pocos que la escarpada costa dejaba construir, muy pequeño y eclipsado por la boyante Luarca. 

El Concejo de Valdés con los lugares aquí referidos
Villademoros, muy cerca del anterior, a dos tiros de arcabuz de la costa, tiene más historia. Hay una potente torre levantada en el turbulento s. XIV, pero algunos dicen que esa torre es nueva y que los romanos ya tenían allí una mucho más antigua. Quizás por eso se llama Villademoros, porque los asturianos tendían a llamar moros a los paganos, no bautizados, como los que según ellos vivirían en el Cerco de los Moros, castro cercano a Paredes. La torre, decía, tiene foso, contrafoso y empalizada, y se entra por el segundo piso, al que se accede por una escalera de madera. En tiempos del rey Pelayo era el señor de la torre otro Pelayo, menos famoso, cabeza del linaje de los Valthos o Valdés (adiós a la historia de Areste), el cual junto cuatrocientos hombres de estas tierras y acudió en ayuda del caudillo astur. A la altura de Cornellana se encontró con tres mil moros que huían del héroe y, como quién no quiere la cosa, acabo con ellos. Los reyes asturianos consolidaron la torre de Villademoros, que fue destruida por los normandos en el reinado de Ramiro I, pero fue reconstruida en el s. X y reforzada a partir del XIII. Y aún otros dicen que en tiempos del rey Mauregato el tenedor de la torre era Diego Pelaez, nieto de Valthos, se mantuvo fiel al rey Alfonso el Casto (que de aquella no era ni rey, ni casto) y tuvo que huir a Galicia. Cuando volvió se encontró su casa habitada por moros, que raptaban doncellas a lo largo y ancho de aquellas tierras. Diego Pelaez retó al capitán de los moros, el cual se rindió sin pelear con el viril propietario del solar, le entregó las doncellas y se dio como prisionero. Por eso los del linaje de Villademoros pintan en su escudo un moro encadenado.

De Trevías sabemos, o creemos saber, que el nombre le viene de tres caminos que confluían en este mismo lugar, posiblemente caminos de origen romano, que hubieron de ver mucho oro y muchos mineros en sus días de gloria. En el año 1000 se fundó aquí un pequeño convento de monjas benedictinas, que en su dotación fundacional contaba con una pequeña astilla de la Veracruz, así como muchas otras reliquias de santos de renombre. Era un convento bajo la protección de San Miguel Arcangel, pero esto no debía de bastar como defensa esta advocación, porque en 1144 se coloca bajo el señorío del monasterio de San Vicente de Oviedo.

Y es que los monasterios, desde antiguo, fueron muy poderosos en la tierra de Valdés, tanto los cercanos de Cornellana y Corias, como los más lejanos de Oviedo, todos ellos poseedores de extensas propiedades en el concejo. Pero estas posesiones monacales no trajeron la paz a la tierra, al contrario, la anarquía, los robos y las violencias dieron lugar a la fundación de la villa de Luarca, protegida por fuero por el rey Alfonso X, para que sus fieles vasallos pudieran defenderse de las tropelías a las que eran sometidos por los malos y robadores caballeros. Y eso tampoco trajo mucha paz y ni siquiera duró para siempre, pues Valdés fue entregado a Alfonso Enriquez por su padre, lo que como hemos visto no fue precisamente garantía de paz y properidad.

A parte de los de Villademoros y los Valdés, estaban en la tierra los Abellos, esforzado linaje que pintaban en su escudo un truebano (o sea, una colmena) con abejas en campo verde y en la otra partición un castaño florido. La ensaña se origina por un oso que se había dedicado a destrozar truebanos a lo largo de toda la comarca y que uno de los Abellos había dado muerte muy esforzadamente.

Pero se nos había quedado un lugar en el tintero. Silvamayor, que sería braña vaqueira andado el tiempo, pues los vaqueiros no se distinguen hasta pasado el s.XV. Llegaría a ser la más grande de todas las brañas vaqueiras y en ella tuvieron lugar hechos extraños, muy extraños

Y no fueron esos las únicas cosas extraordinarias que acontecieron por aquí.

Hay quien asegura que en las noches de tormenta los omes-marinos salen de la "mare de L.luarca" y queman los pajares, matan el ganado y violan a las mujeres con su enorme pene. 

A lo largo del río Negro se teme y se conoce al Pesadiellu, que se esconde en las sombras para traer la desgracia. 

Las xanas dan nombre a la braña de Sinxania, pero nadie se acuerda porqué.   

Pero la más escalofriante de todas las cosas que se cuentan por aquí acontenció en la misma villa de Luarca. Hubo unos años en los que los vecinos de la villa, grandes y pequeños, varones y mujeres, comenzaron a desaparecer misteriosamente. Todos estaban aterrados y acudían a la Ermita de la Virgen Blanca, que se alzaba en lo alto de la Atalaya, pidiendole ayuda y protección para sus fieles. Y violes la Virgen tan desesperados que les habló, diciendoles que el origen de sus desdichas estaba en una cueva escavada por el mar bajo la misma ermita. Bajaron los luarqueses a la cueva llevando consigo la imagen de la Virgen para mejor protegerse y se encontraron con un escena dantesca. En la susodicha cueva se amontonaban los restos despedazados de sus convecinos. Piernas, brazos, manos, troncos y demás, todo ello apestando y cubierto de sangre. Y en el fondo de la cueva estaba ella. Una vieja horrible con un solo y largo colmillo que se escapaba de entre sus labios. La Guaxa, la vampira asturiana, causante de todo mal. Los luarqueses acabaron con ella entre horribles gritos y chillidos y no fue poca la ayuda que les otorgó la Virgen, pues la Guaxa estuvo muy debilitada por la presencia de la Santísima en su cueva.

Post scriptum: con esto quedaría completa la descripción de Valdés y Luarca. Me he permitido algunas licencias como es habitual, la historia de la Guaxa se suele situar en el siglo XVII, más que nada por la referencia que se hace en ella de la Virgen Blanca, que es una talla que según la leyenda por mar a Luarca en los días de la reforma protestante, algunos dicen que arrojada al mar por unos ingleses descreídos. Curiosamente la talla sería encontrada en la misma cueva en la que se refugiaba la vampira. 
Respecto a Silvamayor y los vaqueiros, es difícil no nombrar a estos últimos cuando se habla de Valdés, el concejo pose el mayor número de brañas vaqueiras (58 en la actualidad) y su población vaqueira era y es la más numerosa de toda Asturias. También es el lugar en el que se conserva mayor número de documentos sobre pleitos entre vaqueiros y autoridades. Pero en realidad la razón de que nombre Silvamayor aquí es más simple: es la braña en la que nació mi abuela. 
Algún día escribiré una entrada sobre la vaqueirada. 

Biografía: Tirso de Avilés. Armas y Linajes de Asturias y Antigüedades del Principado. www.torrevillademoros.com/index.php/es/historia. Mitología Asturiana, Alberto Álvarez Peña, Ed. Picu Urriellu. 50 lugares mágicos de Asturias. David Madrazo. Ed. Cydonia. Linajes Asturianos. Luis Alfonso de Carballo. (Evaristo Casariego, "Tierra de Tineo")

viernes, 20 de febrero de 2015

Luarca y Valdés, más acá del río Negro. Parte I

Cuenta la leyenda que los habitantes de una pequeña aldea costera, que se levantaba a ambos lados de un serpenteante río, se vieron sorprendidos una buena mañana por una portentosa embarcación que había aparecido frente a sus costas. El navío, que empequeñecía las embarcaciones con las que los locales se dedicaban a la pesca y caza de ballenas, se acercó hasta el puerto local y una vez allí desembarcó de él un curioso personaje ataviado a la moruna que pidió cortesmente a los lugareños congregados a su alrededor, que le trajeran al sacerdote de la aldea para poder cambiar con él unas palabras. No tardó el cura en aparecer, bien seguramente ya se acercaba de motu propio para adivinar a que venía tanto escándalo, y pudo hablar brevemente con el misterioso desconocido, quién hizo unas señales a los suyos, los cuales desembarcaron a la vista de todos un esplendoroso arca. Apenas lo hicieron volvieron los moros a su embarcación y tan rápidamente como había llegado, se fueron sin dejar ni rastro. Pero si los locales pensaban que se habían acabado aquí los prodigios, se equivocaban, apenas se había alejado de la vista la misteriosa embarcación cuando un terrible aullido rompió el silencio reverencial de los congregados y una enorme manada de lobos, liderados por una bestia de tamaño pavoroso, se abrió paso entre la multitud, que ya se alejaba convenientemente de la cercanía de tan peligrosas bestias, y rodeó el arca depositada en el suelo. Ante asombro de todos las bestias se arrodillaron y humillaron alrededor del arca, dando fe del increíble poder que albergaba en su interior. Desde entonces el lugar se conoció como el Lobo del Arca, que apocopándose se transformó en Luarca (L.luarca en llingüa asturiana), capital del concejo de Valdés. 

 La leyenda se extiende un poco más y nos advierte que las reliquias del arca son las mismas que se guardaron después en la Cámara Santa de la catedral de San Salvador de Oviedo, pero es bien sabido por todos que esas reliquias llegaron a Asturias desde la corte de Toledo a través del Monsacro y por lo tanto esto puede no ser más que una leyenda con afán de conseguir un poco más de lustre. Cosa tonta porque a Luarca no le hace falta mentir para presumir de importancia fue un lugar destacado en los siglos medievales y no es la del arca y los lobos la única leyenda que se cuenta sobre tan insigne villa.

El beso antes de morir del pirata Cambaral y su amada.
Por Nestor Gonzalez
Es bien sabido que hasta la reconquista de Lisboa, allá por el 1147, la ciudad portuguesa era un nido
de piratas almorávides que gustaban de saquear las costas atlánticas y cantábricas que estaban en poder de los cristianos. En una de esas expediciones de saqueo, se acercaron  a las costas de Luarca, y se lanzaron sin piedad sobre una indefensa flotilla de pescadores que faenaban cerca de allí. Cual no sería la sorpresa de los mahometanos cuando los indefensos pescadores se revelaron como fieros guerreros bien pertrechados que cayeron sobre ellos con imparable ferocidad. Los piratas moros habían caído en una emboscada y la mayoría de ellos lo pagaron con su vida. Todos menos uno. Un apuesto moro de la morería, señor del mar, cruel en extremo y famoso por su ingenio que respondía al nombre de Cambaral, fue capturado por los luarqueses y encadenado en las mazmorras de la Atalaya. Se disponían los locales a festejar tan insigne victoria, cuando, como no, la hija del señor de la Atalaya, hermosa doncella, como solo lo pueden ser en las leyendas, se quedo prendada del apuesto prisionero. Se dispuso a ayudarle a escapar y a huir con él, pero el destino les tenía guardado un final más trágico. Fueron sorprendidos por los hombres de la villa, encabezados por el padre de la doncella, quién, como no, se puso hecho un basilisco al ver a su amada hija en manos del infiel. Y la cosa no hizo sino empeorar cuando los enamorados se dieron, delante de todo el mundo, un apasionado beso de despedida. El padre de la doncella no lo soportó más y de un solo mandoble arrancó las cabezas a los dos amantes, las cuales cayeron en el río y se hundieron bajo sus negras aguas. Años después sobre ese mismo lugar se levantaría el conocido como puente del beso.
Hay quién dice que el pirata no era moro, sino vikingo, que todo aconteció en el 880, con los piratas nórdicos desembarcando en la villa y qué el que acabo con él no fue el señor de la atalaya sino un tal Teudo Rico, natural de Villademoros, que acabó con el vikingo, bautizo con su nombre uno de los barrios de la villa, y se quedo con su enseña. En esta versión el nombre del pirata sería Kamboral.

Y no solo por las leyendas fue Luarca un lugar importante. Enclavada en el centro de la costa occidental asturiana, en el territorio de Tineo, y levantada a ambos lados del río Negro, la villa es una de las pocas poblaciones asturianas que gozo de presencia judía en su vecindad. Tan solo Avilés y Oviedo pueden presumir de lo mismo. Y es que la villa medieval tuvo su importancia sobre todo debido a la pesca y a la caza de ballenas. Se organizaba la vida en estos años alrededor de dos barrios principales, la Pescadería y el Cambaral (si, como el pirata), ambos fuertemente vinculados a la pesca, estando exentos sus habitantes de pagar portazgos, ni derechos ningunos sobre lo que hubieran pescado. Un puerto de ballenación, que se convertiría poco a poco en cabecera del concejo circundante; Valdés, del que se hablará más adelante.

La importancia de la villa fue tal que en 1270 Alfonso X, le concede carta puebla, dando origen a la Puebla de Valdés, porque sus habitantes «rescebían muchos males y muchos tuertos de caballeros e de escuderos y de otros homes malfacedores que les robaban e les tomaban lo suyo sin su placer...» Con el soporte que suponía la autoridad real, los luarqueses no tardaron en organizarse con sus vecinos para defenderse de los ataques de tantos malfacedores, en 1277 con las otras pueblas occidentales (del occidente de Asturias, vaya), con las que crea una Hermandad confirmada en La Espina. En 1315 con otros municipios del reino de Castilla en las Cortes de Burgos, creándose la Gran Hermandad del Reino. Y es que en estos años los municipios de hombres libres tenían que asociarse sino querían caer en las manos de algún desaprensivo señor feudal. 

 En esos años a galope de los siglos XIII y XIV se crea otra importante organización en Luarca, la Cofradía de Mareantes, dispuesta a defender los derechos de las gentes del mar. Pescadores, armadores y mercaderes se agrupaban para la mejor defensa de sus intereses. Los marineros de Luarca ya habían sido capaces de enviar una nave a la flota castellana que había sitiado Sevilla en 1248 y se rumorea que entre sus hazañas está la de remontar el Támesis y prender fuego a la mismísima Londres. Pero bien parece esto más un deseo originado por el ansia de revancha contra los corsarios ingleses que tanto gustaban de asolar estas costas.

Estas organizaciones no pudieron, sin embargo, evitar que en 1374 don Enrique de Trastámara quitará a la villa su condición de realengo, y la entregará en posesión a su hijo Alfonso Enriquez, tal vez a modo de venganza contra una puebla que se había mantenido en todo momento fiel a don Pedro I. Claro que gracias a las andanzas del personaje, la puebla pudo recuperar su autonomía en 1395, año de la derrota definitiva de don Alfonso. 

Todavía protagonizará Luarca un último intento de asociación en 1462, que se conoce como Las Cinco Villas y que agrupaba a Luarca, Grado, Pravia, Salas y Miranda. Solicitaron a Isabel la Católica su reconocimiento como entidad, pero muy lacónicamente la soberana delego en el corregidor, la agrupación terminó formando uno de los partidos de la Junta General del Principado.

En cuanto al aspecto de Luarca en estos siglos medievales, a buen seguro que era una puebla pequeña, de poco más de mil habitantes, que se agrupaban en los barrios de la Pescadería y el Cambaral, a ambos lados de la desembocadura del río Negro, y que tendrían más aspecto de aldea que de villa o puebla. Éste último barrio se dividía en Cambaral Bajo, donde se localizaban las defensas medievales, y Cambaral Alto. Era una villa abierta, sin murallas que la protegieran, así que los lugareños confiaban en gran parte su protección a la iglesia de Santa Eulalia, que se remonta a unos cuantos años en el pasado, pudiendo rastrearse su origen a los tiempos del Reino de León, pues Fruela I la donó en 912 a la catedral de Oviedo. En 1440 un hospital de peregrinos se levantó junto a la iglesia, no hay que olvidar que Luarca está en pleno camino de la costa. El hospital fue construido por obra de Alonso Gonzalez Rico, hidalgo originario del Cambaral, cuyo linaje fue muy importante por estas tierras, y se decía de ellos que habían encabezado la resistencia contra los piratas normandos. Algunos hablan que anteriormente a ese hospital existió otro levantado ni más ni menos que por los templarios, pero poco rastro hay de él y más parece leyenda que realidad. En el centro de la villa, casi como mediadora de los dos barrios principales se encontraba la Torre del Merino, levantada en los años de la fundación de la Puebla, y a la que se fueron añadiendo más y más construcciones hasta convertirla poco a poco en casa fuerte.

Los luarqueses buscaban en la iglesia protegerse no solo de los ataques mundanos, sino de los sobrenaturales, pues bien es sabido que el diañu gusta de hacer ruido con el candil para asustar a los que están pescando. Que en Luarca, son muchos.

Post scriptum: En esta ocasión he decidido dividir en varias partes el artículo dedicado a Luarca y Valdés para así empezar a publicar a la vez que profundizo en la investigación sobre historias y leyendas del concejo. Valdés es también el apellido de una importante familia noble asturiana que tiene mucha miga y cuyo solar original se encuentra entre estos valles, así que la cantidad de información que puedo llegar a reunir al respecto puede ser muy exagerada para una sola entrada.
 Rebuscando sobre las curiosidades de Luarca me encontré una y otra vez con la idea de que la Mesa de Mareantes (monumento situado en el Cambaral Alto y construido en los años 50 del s. XX aprovechando los restos de unas defensas levantadas en el s.XVI), era el lugar de reunión del gremio de mareantes y del concejo de la villa para hablar de sus asuntos. Sin embargo consultando fuentes anteriores al s.XX no he visto ni rastro de esta idea y me ha parecido más un mito moderno que una realidad. De todas formas aquí queda consignada la existencia de susodicha mesa.
 Hay dos cosas en Luarca que no tienen origen medieval pero no me resisto a comentar aquí: el cementerio y el museo del calamar gigante.
 El cementerio está colocado en la margen derecha del río Negro, en lo alto del barrio del Cambaral, rozando la Atalaya, que recibe el nombre de las fortificaciones que a partir del siglo XVI defendieron el puerto de Luarca de los ataques de piratas ingleses y franceses (por lo tanto muy cercano a la Mesa de Mareantes). El cementerio, uno de los más hermosos de España seguramente, construido a principios del siglo XIX, cuenta con una buena cantidad de panteones ricamente decorados, construidos por arquitectos de prestigio y que albergan a ricos indianos originarios del lugar (y la tumba del premio nobel Severo Ochoa, oriundo de Luarca). Cuenta con las habituales hileras de nichos que se pueden ver en cualquier otro cementerio, así como tumbas escavadas en la tierra. Prácticamente todas son de color blanco en consonancia con las casas de la villa que son predominantemente de ese color. Lo que más me llamó la atención, sin embargo, fueron las tumbas que se escavaban en la ladera de la colina, varios nichos que aprovechaban el desnivel natural del terreno para dar cobijo a los restos mortales de los finados. Al verlos no pude evitar pensar en que alguno de ellos no era tal y escondía en realidad unas escaleras que descenderían profundamente en la tierra hasta llegar a extrañas cavernas situadas por debajo del nivel del mar.
 Y aquí entra el Museo del Calamar Gigante.
Durante apenas cuatro años, a los pies de la Atalaya, y muy cerca del Cementerio de Luarca, se alzó frente a la mar el susodicho museo, albergando 31 ejemplares de calamar gigante, especie que según un buen amigo mio, marinero él, era de sobras conocida desde antiguo, pero no aprovechada por su fuerte sabor a amoniaco. El museo fue destrozado por un furioso temporal en 2014 y ahora solo quedan los restos, que fueron rematados por las acciones de unos vándalos.
 Con estas piezas; un cementerio, un museo de calamares gigantes, ambos frente al mar, y un empinado espolón que es rematado en su punta más septentrional por un faro, no pude sino imaginar una historia en la que, como dije, una de las tumbas oculta unas escaleras que descienden a un mundo submarino, habitado por extrañas criaturas adoradoras de poderosos monstruos tentaculados, que invocan las fuerzas de la mar para destrozar lo que a sus ojos es una afrenta a sus dioses acuáticos. No es historia para Aquelarre, lo se, pero bien cabe en La Llamada de Cthulhu, Cultos Innombrables o cualquier otro juego de rol de temática terrorífica y misteriosa. ¿O no?

Ideas de aventuras:

  • Los Pjs acaban de llegar a la villa de Luarca y como es demasiado tarde solo han conseguido refugio en un pequeño chamizo que los pescadores usan para guardar sus redes y aperos. En medio de la noche les sorprende el tintinear de un candil, una fantasmagórica luz se mueve frente a ellos en el mar. ¡El diañu! No, una embarcación pirata que planea saquear la villa mientras sus habitantes duermen. 
  • Varias barcas de pescadores han desparecido recientemente mientras faenaban, el gremio de mareantes organiza una expedición para buscar los restos de las embarcaciones. Ninguno de los tripulantes espera enfrentarse con un gigantesco monstruo surgido de las más oscuras simas marítimas.

Bibliografía: www.el-caminoreal.com, Guía Práctica de Monumentos Asturianos (ed. Everest), Asturias Legendaria (El Comercio, La Voz de Avilés), Asturias (Fermín Canella y Octavio Belmunt)